4 de noviembre de 2011

Ocinú Opac (contra-cuento zen)

 
 
 
–Hasta tí hemos llegado, oh! Maestro, porque deseamos fervientemente ser instruidos, beber de las aguas claras de tu sabiduría.
–Os lo agradezco infinitamente.
–No nos lo agradezcas, oh! gran Ocinú Opac. Si alguien debe agradecer algo, esos somos nosotros. El polvo del camino no se habrá pegado en vano sobre nuestras vestiduras si, cuando dejemos ésta, tu morada, portamos paz en el corazón y luz en la conciencia. Te lo rogamos, instrúyenos.
–Mucho me complace oír ésta, vuestra súplica, pues ella me dice que reconocéis en la instrucción a la vía que os llevará al conocimiento...
–Oh! qué sabio eres...
–Y éste, el conocimiento, es el fruto delicioso que todos los seres humanos anhelamos...
–Jamás palabras tan sabias han emanado de labios humanos antes. Prosigue por favor.
–Ya nuestros antepasados, los más lejanos en el tiempo, llevaban en sus corazones el sello de este anhelo. Es quizá el único destino para la humanidad: alcanzarlo, poseerlo, volverse uno con él y ser entonces sabios.
Ocinú Opac hizo una pausa y dejó que sus ojos se complaciesen, reposados como un estanque de pececillos, en los encantadores pechos de la muchacha que acompañaba al joven hombre. Ella, una hermosa virgen cuya figura, antes de tomar la humana corporeidad, había sido sin dudas forjada en los sueños de un Demiurgo, bajó sonrojados sus ojos bellos. El visitante, inquieto, contuvo el impulso de abrazarla o de tomar una de sus manos. No se atrevió, finalmente, a demostrar su posesión y desafiar, así, al Maestro. ¿Qué demostraría con ello? Aún siendo ella su prometida, se dijo, no la poseía, ella se poseía a sí misma, en todo caso.
–Has hablado con sabiduría, maestro. Continúa por favor.
–Alcanzar ese fruto es el impulso secreto de nuestras acciones. Estamos destinados al conocimiento como la doncella al impetuoso enamorado. Y buscáis vosotros el conocimiento por la vía de la instrucción mas ¡guardaos! guardaos, os digo, de la sumisión estéril del alma a los falsos conocimientos. Estos ya no acechan, habituados como están a señorear a sus anchas en los escuálidos corazones de los hombres. Porque todo conocimiento es carne del espíritu y el espíritu es el conocimiento de la carne. Pero el falso conocimiento es, ni más ni menos, ignorancia.
–Y ¿cómo distinguir, entonces, al verdadero del falso conocimiento, oh! Maestro?
–Sólo hay un modo: forjando en vosotros mismos la autoridad del maestro. No hay otro modo. Sólo así lograréis el fruto del conocimiento.
–Y ¿cómo se llega a forjar en si mismo la autoridad del maestro?
–Sabiendo que las puertas de nuestras mentes y de nuestros corazones nos pertenecen. Sabiendo que nadie fuera de cada uno de nosotros puede poseer legítimamente esas puertas. Así, sabiendo esto, somos amos y señores de lo que entra y de lo que sale de nuestras mentes y de nuestros corazones. Con el ejercicio constante de esto acumulamos el conocimiento.
–Pero, oh! Maestro, no veo cómo eso impediría forzosamente que el falso conocimiento ingrese en nuestras mentes y en nuestros corazones ¿Quién nos dirá cuáles son unos y cuáles son los otros? Aún siendo unos vigías y guardianes celosísimos de las puertas, no sabríamos decir sí o no a lo que se presentase y... pues, no sabríamos qué hacer.
–Nadie podría decíroslo si no lo veis por vosotros mismos. Aunque serán legión aquéllos que se presentarán, aún antes de vuestros nacimientos, diciendo «Henos aquí, portadores de sabiduría. A nosotros nos es dado el guiaros; dadnos vuestras mentes y vuestros corazones porque de otro modo seréis imperfectos». Ellos sólo podrán esclavizaros si no habéis permitido germinar en vosotros a la flor radiante del espíritu.
–Pero ¿y qué es el espíritu?
–Es todo lo verdadero que puede habitarnos y que no puede ser visto, oído, tocado, olido ni gustado.El Maestro posó una vez más sus ojos sobre la doncella. Esta vez sobre la curva sabia de sus caderas, aún niñas por su pureza pero ya de mujer por la decisión de sus proporciones. El visitante ya no pudo reprimir la cólera en su corazón aunque sí logró reprimirla en sus puños y en sus mandíbulas.
–Lo que no es espíritu– prosiguió Ocinú Opac– es todo lo verdadero que puede ser visto, oído, tocado, olido y gustado.
–Y ¿cómo alcanzarlo, entonces?
–No es necesario alcanzarlo, ya está en tí.
–Pero ¿dónde?
–Pues... en ningún sitio. No puede ser visto, oído, tocado, olido ni gustado y, además, no ocupa ningún lugar en el espacio. Y, sin embargo, existe, es.
–Pues, entonces... por ejemplo: un pensamiento, un razonamiento cualquiera es espiritual...
–Exacto, hijo mío.
–Y nadie, fuera de mí mismo, puede tener acceso en mi ser a a la conciencia de su existencia, de su espiritualidad y de su verdad. Él revela en mí algo eterno.
–En efecto...– dijo el gran Ocinú Opac cuyos ojos se deleitaban en recorrer los hermosos brazos de la joven y anclaban morosos en sus hombros.Entonces el hombre, repentinamente, propinó un violento y definitivo golpe de puño al Maestro. Inmediatamente después tomó a su prometida por el talle y ambos se alejaron para siempre.
«Veo que ha comprendido» se dijo el gran Ocinú Opac mientras trataba dolorosamente de ponerse de pie y comprobaba que de su boca manaba sangre.

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